Grover Pango, autor de estas líneas
Un político chileno dijo alguna vez que habían dos tipos de problemas: los que se arreglan solos y los que no se arreglan nunca. No sé qué destino le corresponda a nuestra voceada “reconciliación”.
Uno de los grandes problemas es que no todos entendemos lo mismo de nuestros desencuentros y, por consiguiente, con quiénes hay que reconciliarse y para qué. Además el uso excesivo y acrítico del término le ha quitado contenido.
A partir del tan discutido indulto a Fujimori, el por qué, con quiénes y para qué de la “reconciliación nacional” resultan aún más confusos. Algunos la ven limitada al mejoramiento de las relaciones entre el presidente Kuczynski y Alberto Fujimori, vía la actitud de la mayoría fujimorista congresal de aquí al 2021. Para otros reconciliar implica comprender lo que hizo Alberto Fujimori y entender así el indulto. Existe otra enfurecida postura que reclama el reconocimiento de la responsabilidad frente a los muertos y desaparecidos ocurrida en el gobierno fujimorista. Y por ahí se agazapan los neosenderistas –con la colaboración de los tontos- buscando que el terrorismo asesino aparezca como víctima de lo sucedido.
Bien dice Max Hernández: necesitamos procesar lo que ocurrió en el último cuarto del siglo XX en el Perú. Si a eso no aportaran las decisiones y cambios políticos recientes, podríamos quedarnos con un problema que no se resuelve nunca.