Millones de chicos y chicas han vuelto a las aulas. Han vuelto a un espacio que tuvo roles y normas que van cambiando y cambiarán más.
Para los más optimistas, el cambio universal -es un decir- no debería exceder al 2035. De suyo el rol de los docentes ya es –y lo será seguramente más- distinto. Su plena incorporación al mundo de la tecnología es indispensable y la utilización de plataformas virtuales para interconectarse con sus alumnos, sus colegas y los padres de familia deberá ser habitual.
Cambiarán las aulas. Sólo para referirnos a sus componentes emblemáticos: pizarra y carpetas, ellas ya van experimentando una mutación. La tiza y la mota pasaron o pasarán al olvido y hasta las pizarras acrílicas ya son desplazadas por el PowerPoint o Prezi (con sus rigideces que limitan la espontaneidad de los maestros más versátiles). Ni se diga lo que trae la realidad virtual con la que los alumnos podrán caminar por un museo, cruzar puentes, recrear un hecho histórico o ver presentaciones en 3D. La tecnología cambiará todo.
Adiós a las filas de carpetas y la sensación de orden que ellas suponían. Vienen otros mecanismos de trabajo donde no hay carpetas sino sillas individuales y mesas de trabajo circulares para trasladarse fácilmente que es la condición básica y fundamental de una participación activa. Los cánones de la “disciplina” serán distintos también.