Grover Pango, autor de estas líneas
Preocupa que los procesos y los resultados educativos se vean reducidos a formatos y cuadros. Entiendo que es ésa una forma de inducir procesos y graficar resultados, pero no celebro que mecanicemos nuestro accionar como si se tratara de armar un Lego o llenar un crucigrama. Esa es otra de las “idolatrías” a la que nos empujan los tecnócratas.
Así como no considero que la adquisición de competencias desplaza el valor de los conocimientos y no creo que los procesos reflexivos niegan el ejercicio básico de la memoria, tampoco creo que sean infalibles los procedimientos estandarizados, ya sea para el aprendizaje o para las evaluaciones. Bastante razón tienen –por ejemplo- quienes cuestionan las pruebas PISA como el “sancta sanctorum” de la calidad de los estudiantes, habida cuenta de los discutibles enfoques de quienes las elaboran y los innegables diferencias de quienes las responden.
Digo esto (con disculpas a los lectores ajenos) porque, según parece, el encuentro descubridor y creativo (con tecnología incluida) que es la esencia del acto educativo, va perdiendo espontaneidad y compromiso para ser sustituido por formatos propedéuticos y evaluativos, con acompañantes y observadores incluidos.
Hace dos años León Trahtemberg advertía del peligro de distorsionar la esencia de la educación aplicándole categorías que le son ajenas. Sigue vigente la preocupación.