Grover Pango, autor de estas líneas
Pareciera que existe últimamente (¿o siempre fue así?) una extraña satisfacción por imponerse a cualquier precio sobre los demás. Como si la posibilidad de vivir en paz con los otros fuera un acto de cobardía. Claro que no es porque falten leyes (las hay para todo); parece ser una mezcla letal entre anomia y carencia de autoestima.
Ha sido alucinante ver las caravanas interminables de vehículos retornando a Lima luego de Semana Santa, los accidentes múltiples y la impune ocupación del carril de emergencias en la Panamericana sur por donde deben transitar ambulancias y bomberos.
Será que en Lima se nota más pero ocurre a escala en varias ciudades del país. El hacinamiento en los buses, la sobrepoblación automotriz, la temeridad de las combis, las mototaxis imprudentes o los bocinazos implacables son tan desesperantes como la negligencia de policías conversando por teléfono mientras el mundo se viene abajo.
Lamento imaginar que nuestra existencia como sociedad seguirá siendo muy precaria si no sentimos que la convivencia es un valor social que se vive día a día. Ni lograr que ingresemos a la OCDE, ni que en la siguiente prueba PISA estemos entre los primeros 20 países del mundo harán posible que cambie aquello que tanto daño nos hace: destrozar el sentido común, hacer polvo el cumplimiento de normas elementales. Dicho en simple: transgredir cada vez que se pueda.