Grover Pango, autor de estas líneas
Ahora que en plena globalización y con internet en el bolsillo todo se sabe, nada pareciera una novedad. Pero hace 50 años era muy distinto. Lo que hoy toma segundos en aquel entonces podía necesitar días.
Por eso cuando en mayo de 1968 supimos que en el viejo París los jóvenes universitarios habían tomado las aulas y las calles, haciendo flamear lemas de ruptura contra las viejas formas de pensar y hacer política, sentimos que esas voces merecían ser nuestras y esos vientos nos refrescaban a nosotros también.
No era que en el Perú hubieran faltado modelos de pensamiento y ruptura, sino que había algo distinto y totalizador en los mensajes juveniles que se iniciaron en Nanterre, con Daniel Cohn-Bendit a la cabeza.
Lo más hermoso y universal es que nadie, en Francia o en el mundo, podría reclamar alguna hegemonía ideológica en toda esta epopeya. Díganme, si no, si la dictadura del proletariado hubiera recibido con satisfacción aquello de “Todo el poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente”. Y con igual o mayor impacto, contra las ataduras económicas y rigideces intelectuales, los muros y las banderas proclamaban: “Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre”; “La imaginación al poder”; “Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición”; “Seamos realistas, pidamos lo imposible”; "La novedad es revolucionaria, la verdad también"; "En los exámenes, responda con preguntas.”
Por todas partes, con jornadas épicas o tragedias masivas, transcurrió aquel distinto y memorable 1968, con toda razón recordado como “el año de las utopías”, cuando llegamos a creer que el mundo era nuestro.