Una primavera que no acaba

Se acaba mayo y hay quienes dudan si de algo sirvieron los sucesos de París hace 50 años. Ellos viven en nosotros quizás con la misma nostalgia del primer amor.

Presumo que quienes estuvieron al frente de este movimiento, estudiantes en su mayoría, jamás imaginaron que sus protestas repercutieran como lo hicieron. Muchos sucesos se hacen históricos sin pretenderlo.

Por alguna razón indirecta, la guerra en Vietnam tomó un curso diferente mientras en Checoslovaquia florecía la Primavera de Praga que, aunque fuera pronto cercenada, marcó el declive posterior de la URSS.

Pero lo social fue incontenible. La liberación de la mujer recorrió el mundo y desató sucesos que hilvanaron el derecho a la contracepción con la hasta entonces prohibida píldora, la autoridad parental conjunta con el hombre o la igualdad profesional, pasando por el triunfo de la minifalda.

Todo esto y más encontró en el Festival de Woodstock, Nueva York 1969, el despliegue triunfante de sus conquistas al amparo del emblema pacifista más grande de la historia: hacer el amor y no la guerra, signado por el movimiento “hippie” y bajo el sonido envolvente de entonces y después: Santana, Bob Dylan, Pink Floyd, Jimi Hendrix, Simon y Garfunkel o Stevie Wonder, y varios más.

Ver el mundo de otra manera fue el aporte principal de aquellos años. Y mientras sea así, saludamos esa primavera que no acaba.