El fútbol es una fiesta

El mundo vive días en que de algún modo todos somos iguales. Niños y ancianos, pobres y ricos, celebridades y desconocidos, sufrimos, admiramos y disfrutamos del deporte multitudinario por excelencia.

Si nos interesa el Mundial porque nos gusta el fútbol, con mayor razón nos importa porque nuestro país está presente en él. Y aún el más severo crítico refractario al balompié tendrá que admitir que, especialmente en estos días, no será más que un bicho raro.

Que hoy el fútbol sea más una industria porque genera enormes beneficios y es escenario ideal para grandes campañas de mercadotecnia, siendo verdad no destroza su esencia competitiva ni el atractivo de masas que todo deporte entraña. No faltan los riesgos y los fraudes, pero constituyen la excepción que se repudia sonoramente. Es un espectáculo, pero en él no resulta fácil la truculencia.

Lo que resulta insólito son los costos de sus astros. Se dice que el delantero francés Kylian Mbappé –aún no tiene 20 años- está cotizado en el mercado del fútbol en cerca de US$ 200 millones, con un sueldo anual que estaba en 18 millones. Recordemos que en el mejor año de ventas para Gabriel García Márquez (Premio Nobel 1982) pudo haberle significado 1 millón y medio de ingresos personales.

Dicho sea de paso, se estima que el equipo francés con el que jugamos hoy vale 1,188 millones de dólares. El nuestro 44. ¡Arriba Perú!