María del Pilar Tello, autora de estas líneas
Días más que turbulentos. Traen a la memoria los últimos del fujimorismo de fines del dos mil cuando la renuncia de Fujimori llevó a Valentín Paniagua a la Presidencia. La diferencia está en que la democracia fue puesta en el centro del debate y de la protección.
Nos costó mucho recuperarla de las garras de quienes habían hecho del país un botín de guerra y necesitábamos defenderla a como diera lugar. Había demasiados intereses después de una década en que los grupos económicos y políticos vinculados al fujimorismo se veían perdidos y muchos temían entrar a la cárcel como en efecto sucedió.
Hoy también los temores mandan después de una contienda electoral en la que el fujimorismo vuelve a tocar el piso de la derrota y el elemento corrupción es protagónico y amenazante. Demasiados involucrados en el Lava Jato presionan con todas las armas a su alcance y las instituciones que deben impartir justicia están en el centro de las preocupaciones y de las influencias posibles.
A la debacle fujimorista le ha seguido la prisión de la plana mayor de su dirigencia incluida la de Keiko Fujimori mientras el líder histórico aguarda su retorno a la DIROES post anulación del indulto concedido por PPK. La situación puede ser confusa y alarmante pero lo único que debe permanecer estable, cierto e irreductible es la defensa de la democracia y del estado de derecho.
No podemos hablar irresponsablemente de golpes de estado como antaño y el equilibrio de poderes inherente debe permanecer a toda costa. Ni el Congreso puede ser sistemáticamente amenazado de cierre como está sucediendo ni la Fiscalía de la Nación puede ser intervenida. No se trata de desestabilizar sino de preservar los contrapoderes para no alentar personalismos autoritarios. Así lo deben entender el Presidente Martín Vizcarra, sus ministros y por supuesto las mayorías y minorías del Congreso.