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Sábado 27 de julio 2019

Ni sano ni sagrado

Por: María del Pilar Tello
Ni sano ni sagrado
Foto: Difusión


María del Pilar Tello, autora de estas líneas

En deshonrosa audiencia un ex presidente peruano –como un preso común vestido de rojo- recibió la sentencia del juez Thomas S. Hixson para que continúe en una celda norteamericana mientras se resuelve el pedido de extradición del Estado Peruano para que retorne a enfrentar la justicia.

Alejandro Toledo Manrique fue arrestado en California como un delincuente y es hoy un estigma nacional. El mismo Alejandro Toledo Manrique que al comenzar el siglo XXI recibió la confianza ciudadana de quienes apostamos por la recuperación de la democracia durante el corrupto decenio fujimontesinista. En ese momento había indignación en la población y el imperativo de continuar la lucha que desde el cinco de abril de 1992 iniciamos un grupo de patriotas que condenamos la ruptura constitucional y coordinamos acciones de resistencia bajo el reconocido liderazgo de Gustavo Mohme Llona, congresista y director del diario La República que acogió ampliamente todas las voces. Esa lucha logró la firma del Acuerdo de Gobernabilidad un 26 de noviembre de 1999 que surgió de un verdadero frente democrático para la alternancia.

Eran tiempos de esperanza. Para quienes fundamos el Foro Democrático y luego el Comité Cívico por la Democracia el fallecimiento de Gustavo Mohme Llona nos obligó a buscar una figura que pudiera encarnar el espíritu de esa prolongada lucha contra el fujimorismo. Los candidatos presidenciales de oposición habían sido progresivamente liquidados por la proterva campaña de desprestigio digitada por Vladimiro Montesinos y el que quedaba era Alejandro Toledo Manrique, un privilegiado al que podíamos investir para continuar la batalla electoral y política interrumpida. No eran sus méritos ya que su propuesta era construir el segundo piso del régimen que denostábamos, era el único candidato inscrito que podría enfrentar electoralmente a Fujimori y a sus deseos de perpetuarse en el poder.

Pusimos en sus manos el trabajo orgánico y los planteamientos consensuados que habíamos impulsado durante ocho largos años. Lo incorporamos al equipo y le entregamos el liderazgo. No lo había ganado, no lo merecía pero era lo que teníamos, en modo alguno le correspondía la vincha con que adornó su cabeza. Con él vino su esposa, la belga Eliane Karp, protagónica, simpática, inteligente y enérgica frente al régimen, muy lejos de la figura flamígera y prepotente en que se convirtió al llegar a Palacio de Gobierno. Su frase sobre su cholo SANO Y SAGRADO quedará para la historia del oprobio, como sarcástica burla a quienes le dimos confianza, participación y voto con altísimo esfuerzo personal.

La imagen de hoy es truculenta. Más de dos años huyendo de la justicia, dueño de una mitomanía ignominiosa que torna más dramática nuestra equivocación. Como dijo Mario Vargas Llosa nadie pudo adelantar este desastre moral. El ambiente de la resistencia democrática fue de optimismo y de confianza en un amanecer democrático. Y encontramos a Toledo para esa conducción ante el hecho consumado de ser el candidato supérstite. La adhesión que le concedimos no implica complicidad y menos aún responsabilidad por sus latrocinios y mala conducta posterior a su victoria. Nunca imaginamos que aprovecharía su gobierno para robar aunque hubiera razones en su trayectoria para sospechar de su falta de honestidad. A comenzar por la leyenda personal que fabricó, con voz engolada, la del cholo humilde, la del lustrabotas que emergió gracias a la educación extranjera. No quisimos creer los hechos bochornosos que se le imputaban.

Triste que hoy se vea comprometida la imagen de la valiosa y valiente oposición democrática antifujimorista y de esa inmensa epopeya social que fue la Marcha de los Cuatro Suyos, en cuya organización honrosamente participamos con un equipo de gente comprometida con el Perú y su destino. Fuimos acusados de homicidio por los incidentes luctuosos del día siguiente. En especial por la muerte de los trabajadores del Banco de la Nación en el espacio donde hoy se levanta la Plaza de la Democracia.

La Marcha fue un acto de fe, de miles de peruanos, de provincianos que llegaron a Lima a pesar de las dificultades y de los designios pavorosos de Vladimiro Montesinos, decidido y sin escrúpulos a impulsar el tercer mandato de Fujimori. Nos denunció como terroristas y culpables de los incendios y del vandalismo que él mismo planeó para ese luctuoso 28 de Julio tan distinto a la noche anterior, festiva, impresionante y pacífica, fruto de la iniciativa de Javier Diez Canseco. La multitud enfervorizada hizo palpable la exasperación de todo el país contra la corrupción del régimen que debía irse bajo la presión indignada del pueblo.

Creamos un ídolo con pies de barro y no lo vimos. Solo él sabía quién era. Y su mujer también. Ni sano ni sagrado explotó lo mejor del sentimiento nacional para terminar como el Alejandro Toledo del traje rojo de la corte de California. No merecía ni la honrosa vincha que se colocó y menos aún la banda presidencial que el pueblo esperanzado le confió. Lección para la juventud: el crimen nunca paga.

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