Grover Pango, autor de estas líneas
Resulta muy difícil sustraerse a los sucesos políticos de estos días. Tanto o más será tener una visión serena, ecuánime, sobre sus orígenes y aún más complicado presagiar lo que está por suceder. Aunque hoy los agoreros sobren.
Como no tengo respuestas, solo me es posible ensayar algunas preguntas. Primera: ¿una crisis institucional -que alude a las motivaciones, las organizaciones y los comportamientos colectivos de las personas- se podrá superar mediante un proceso electoral? Entiendo que la institucionalidad se forma y se deteriora por procesos, no por actos.
Segunda: ¿gracias a qué fenómeno mágico o sortilegio, los legisladores que resultasen electos en la apremiante convocatoria solicitada, serán mejores que los actuales? Será que –y no nos habíamos dado cuenta- existe una reserva ya preparada de ciudadanos que darán la talla que necesitamos.
Tercera: ¿cuánta y qué responsabilidad tenemos los electores frente a nuestras decisiones? Entiendo que el acto de elegir es equivalente a tomar una decisión, de cuyos riesgos debemos estar claramente informados.
Vaya tarea la de formar ciudadanos para asumir roles sociales con probidad y eficacia. Vale la pena oír a Barack Obama: “El papel del ciudadano en nuestra democracia no acaba con el voto”. Y también la máxima de John Stuart Mill: “El valor de una nación no es otra cosa que el valor de los individuos que la componen.”