Grover Pango, autor de estas líneas
Como se sabe, PISA es un programa internacional que busca evaluar las competencias de los estudiantes de 15 años, próximos a terminar la educación básica. Busca conocer si poseen los conocimientos y habilidades necesarios para desempeñarse frente a los desafíos de la vida adulta, especialmente desde una perspectiva laboral.
Es un instrumento, no una finalidad en sí mismo. Refleja un estado de las cosas y tiene un valor referencial, pero nada más que eso. Siendo voluntaria la participación, puede servir para saber cómo nos va frente a los países de la OCDE (entidad promotora del programa) pero –una vez más- las realidades son diferentes. En nuestro caso, puede haber chicos de 15 años tanto en primero como en quinto de secundaria.
Por tanto, leer los resultados de PISA exige una actitud prudente, sin triunfalismos ni depresiones. Si en lugar de ayudarnos a interpretar esos resultados –como por ejemplo las hirientes disparidades internas y sus posibles razones- nos lleva a verlos sólo como “ranking”, podríamos estar perdiendo el tiempo.
Varios especialistas educacionales, además de haber estudiado con seriedad las incongruencias internas en la serie histórica de PISA y su relativa razón de ser estrictamente educativa, recomiendan instrumentos más útiles y precisos, algunos ya existentes y otros que, como país, estamos en condiciones de preparar. Sirven si se hacen bien.