Grover Pango, autor de estas líneas
Los estudiosos de Platón descubrieron que en “La República” subyacía una noción según la cual el Estado era como un hombre en grande; por lo tanto la salud del Estado funciona como una metáfora que lo acerca a una persona humana. Por eso el Estado es un organismo vivo que, idealmente, debe tener las características de un cuerpo sano y de un alma incorruptible. Esa figura se denomina antropomorfismo estatal.
Una variante contemporánea, no solo peruana, ha llevado esta disquisición platónica a una interpretación menos ambiciosa: la política es antropomórfica en la medida que las personas –los líderes sin duda- encarnan la política.
Hemos tenido figuras como ésas, generadoras de ideologías y organizaciones que se movilizaban para concretar una aspiración colectiva, tan solidarias que el objetivo personal desaparecía ante el objetivo común.
Por alguna razón la política antropomórfica ha sido sustituida por la política egocéntrica: el individuo primero. Los procesos electorales anteriores y con mayor razón los recientes –casi una parodia- nos han mostrado que la Política, antes arte y ciencia, ha devenido en aventura e improvisación.
Hoy las agrupaciones tienen dueños y no líderes. Renovar no es actualizar propuestas sino postular gente joven, algunos de los cuales exhibían como atributo “no saber nada de política”. En la cumbre, la osadía de candidatos que ayer no más estaban en otra tienda –incluso vicepresidentes del país- y que hoy proclaman lo que ellos piensan, ellos, porque no tienen nada colectivo vistiendo una nueva camiseta. Es decir, cualquier cosa.