Viernes 26 de abril 2024 | Contáctenos
Grover Pango Vildoso, autor de estas líneas
Vamos hacia el día 90 del aislamiento social. En todo este tiempo han cambiado las rutinas de la vida. Entre ellas la concurrencia a la peluquería, además de las visitas que reciben las casas para tareas habituales: mensualmente el jardinero o con más frecuencia el señor que lava carros. Y el recorrido diario del panadero.
La peluquería de Juan permanece cerrada. A su lado y al frente varias farmacias están llenas de gente. Hay otras tiendas, incluyendo un salón de “coiffure” de esas cadenas que hoy existen. Nadie sabe qué es de Juan. Me pregunto cómo habrá logrado sobrevivir todo este tiempo; nunca supe si tenía familia pero supongo y deseo que sí.
Feliciano es jardinero, debe andar por los 70 años, tiene un rostro de sonrisa triste y un caminar cansino. No tiene triciclo como otros, que les sirve tanto llevar herramientas como trasladar con menor esfuerzo la hojarasca. Alguien nos ha dicho que se fue a Huancayo porque acá en Lima nada podía hacer.
Hipólito lavaba carros a la vuelta y hacía encargos a los vecinos del barrio. Pocas veces lo he visto con su señora y sus hijos aún jovencitos. Tiene bicicleta y hace un tiempo lo atropelló un micro; quedó rengueando al caminar pero así y todo montaba su bici. Reapareció hace unos días con su máscara para desaparecer de nuevo porque no hay autos que lavar.
Aunque solo somos clientes ocasionales, el panadero pasaba todas las mañanas hacia las siete. Aún estos días anteriores pese a las restricciones, hacía sonar su bocinita a la misma hora. Este lunes dejó de hacerlo y nadie sabe por qué.
De pronto me doy cuenta que esas personas eran parte de mi vida. Y las extraño.
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