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Nuestras sociedades quedan retratadas en el uso de algunas expresiones. Con frecuencia se dice: “Hay que…” y luego se desarrolla algo que, efectivamente, hace falta. Por ejemplo: hay que tener buenos gobernantes; hay que ser trabajador y honesto; hay que educar bien; hay que cuidarse, y un largo etcétera. El problema es que casi siempre el “hay que” es impersonal o lo tienen que hacer otros. Tal vez todo sea distinto cuando se diga “tengo que…”
También se suele utilizar frases que dejan claros los límites de nuestros roles: “no es mi problema”. Podría pasar como una muestra de discreción o de respeto, pero lo peligroso es que también es una expresión para tomar distancia de todo aquello que, si no me afecta en lo personal, entonces no me importa. Es decir: solidaridad cero. Lo que les pase a los demás es problema de ellos.
La mayor de las autotraiciones está en “lo que le gusta a la gente”. Suena generosa y democrática. Solo que allí se oculta una peligrosa concesión disfrazada de respeto hacia los demás. Por ese camino se puede llegar al morbo puro, a la fractura de la convivencia o al populismo. Alguien puede argumentar que los impuestos y tributos son un abuso: por consiguiente no hay que pagarlos. O –y esto no es una posibilidad sino un hecho cierto- confundir el entretenimiento (televisivo, por ejemplo) en un espectáculo chabacano, banal o frívolo, orientado por el “raiting”. Léase: quiero que la gente vea mi programa a cualquier precio; y si le gusta, debe ser bueno.
Superar y reemplazar estas expresiones “culturales” es un gran reto en el que se conjugan reflexiones serias y modificación de valores.