Jueves 25 de abril 2024 | Contáctenos
Cuando en tres semanas más contribuyamos con nuestros votos a un cambio de período gubernamental, estaremos también siendo anónimos protagonistas de una etapa terrible que une el desconcierto con una tensa expectativa. Paradójicamente, las dificultades y preocupaciones que vivimos ocurren en la formalidad democrática, tanto así que estamos en la antesala de un cambio de gobierno por la vía electoral. Téngase en cuenta que nuestro país recuperó la democracia el año 2000. Hemos vivido desde entonces cuatro quinquenios gubernamentales y vamos por el quinto.
Se debe recordar que nuestro curso democrático ingresó a un proceso de creciente deterioro en la segunda década del siglo, arrastrado por una grosera intromisión de la corrupción junto a la disolución de la institucionalidad política. Es decir, el cáncer se desató y no encontró resistencia alguna.
El quinquenio que termina lo hace sumando a la crisis ética y política –que nos ha dado cuatro presidentes solo en el período que acaba- la tragedia sanitaria de la COVID-19. Es casi inevitable que el proceso electoral exprese el zafarrancho que vivimos.
Aunque siempre es posible que nos vaya peor, ubiquémonos en la dirección contraria para esperar (y desear) que haya lucidez –y no odios- tanto en la decisión de los electores como en los elegidos cuando les toque la dura tarea de atenuar nuestras desgracias.
La historia se eslabona con procesos, no con simples episodios. Todo nos indica que es urgente el balance y liquidación del que aún vivimos para dar paso a otro con ideas y conductas renovadas. Costará bastante, pero no podemos renunciar a emprender la tarea.
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