Lecciones por aprender

Los sucesos vinculados a la Procesión de la Bandera en Tacna siguen cuidadosamente acallados por quienes, siendo responsables por acción u omisión, voltean la página y confían en que pronto será sólo una anécdota. Ojalá se equivoquen aunque ya han pasado casi dos semanas.

Lo ocurrido suscita algunas reflexiones. La primera es el móvil ideológico que subyace en la movilización “espontánea”: hay que entregarle al pueblo -en su ocasional mayoría electoral- el protagonismo de un hecho histórico que está en manos de un pequeño grupo de extracción burguesa. Toda una “revolución cultural”.

La segunda estaría en la pretensión de marcar el predominio de lo político sobre lo cívico: son las masas -en esa mayoría predicha- las que deciden el derrotero (hasta que el poder de turno la sustituya). Por tanto, una tradición cívica e histórica resulta trivial.

También existe una solapada confrontación étnica que se usa como combustible para pasar de contrabando lo ideológico. Los movimientos migratorios son antiguos y más intensos en el sur del país. Ellos llevan consigo un fuerte componente cultural que lucha por imponerse.

Tacna es un caso de un origen autóctono que está en su nombre: “tákana”, que fue desarrollando un espíritu democrático y de respeto a la libertad con el concurso de familias europeas. Ése espíritu fortaleció su peruanidad. La migración interna de las últimas seis décadas dio lugar a una convivencia pero no a una integración verdadera y sólida. Razones ha de haber y eso es lo que corresponde estudiar, conocer y orientar. Los que optan por el conflicto tienen otros móviles y en ellos late una inocultable tendencia a la tiranía.