Cada vez es más frecuente comprobar que, en los más altos círculos de poder,se ha vuelto normal no darse por aludidos cuando deben responder por determinados actos vergonzosos de sus colaboradores o asumir directamente su responsabilidad. Como una probable derivación de lo anterior, ahora es casi usual que un hecho escandaloso sea muy pronto desplazado por otro, incluso más grave. El probable funesto resultado de esta práctica es que, inconscientemente, se vaya admitiendo todo esto como normal y aquello que debía rechazarse y sancionarse termine por ser aceptado.
Resulta en verdad increíble que conductas groseras –los dólares guardados en un inodoro en Palacio es de antología- no alteren un solo músculo del Primer Mandatario, único responsable que ese mal funcionario estuviera allí. Pero en oposición a ese silencio, casi a gritos los voceros y los desconocidos salen fieramente a decir que su gobierno está en abierta lucha contra la corrupción. ¿Qué esquizofrenia es ésta? Y las instituciones encargadas de la justicia de oficio, como si no existieran.
Lo que ocurre invita a pensar que detrás de todo esto exista un experimento social: el acostumbramiento. Que sucedamuchas veces y con tal impunidad que termine por ser aceptado como normal; y luego podrían venir otras afrentasdistintas, pero ya estaremos menos sensibles a ellas.Y si a todo esto agregamos el desencanto de gran parte de la población por “la política”, la indiferencia es un aliado ideal.
Pensemos en el peligro del acostumbramiento y atendamos la sentencia del irlandés Edmund Burke: "Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada".