Providencialismo

Cuando una sociedad como la nuestra ha perdido la fe en las instituciones y las personas –entiéndase poderes públicos, partidos y líderes- el diseño de su futuro resulta altamente incierto. Afirmar que el descrédito y la desconfianza han alcanzado niveles jamás vistos no es ninguna exageración. Por ello, quizás nunca como ahora necesitamos de una presencia providencial.

Necesitamos que surjan personas que inspiren confianza de una manera distinta, con persuasión, asertividad y eficacia; que marquen el rumbo de los acontecimientos y los concreten. Todo ello no los eximirá de ser, más adelante, personajes polémicos.

La historia universal nos ofrece muchos casos de estas personalidades extraordinarias. Entre ellos el canciller Ludwig Erhard conduciendo el milagro alemán de la postguerra; el primer Fidel Castro entrando a La Habana para expulsar a Fulgencio Batista; el mítico John Kennedy en su breve mandato de 1,000 días, inspirando a su país; o Gorbachov y su “perestroika” en la Rusia de la guerra fría. Mahatma Gandhi y Martín Luther King no necesitaron llegar a la presidencia para ser símbolos de un liderazgo ejemplar, aun con serias críticas a su desempeño.

Se me dirá que los ejemplos corresponden a países con los cuales es imposible compararse, pero esa es justamente la primera lección por aprender y aplicar: necesitamos líderes para este país con sus rasgos peculiares. Líderes que logren despertar en nosotros un auténtico y honesto amor a la patria –que equivale a ser buenos ciudadanos- con una suficiente autoestima para renunciar a la perversa convicción actual: “así nomás somos los peruanos”.

Alguien habrá y ojalá sean varios.