Cuando este domingo 2 de octubre los votantes peruanos estemos frente a las ánforas, todo indica que la sensación predominante será la más lamentable de las últimas décadas: desconcierto, inseguridad, desconfianza.
No se tiene memoria de un proceso electoral tan falto de expectativa y de ilusión, no obstante que se trata de elegir a las autoridades más cercanas al pueblo: alcaldes y gobernadores regionales.
Se irá a votar porque es una obligación legal pero no porque exista entusiasmo. Pareciera que da igual que las actuales autoridades siguieran en sus cargos o se les reemplace; total, los que puedan acceder no suscitan mayor ilusión. Se cree que son “más de lo mismo” y ello podría significar dos cosas: incompetencia o corrupción.
No obstante el desaliento, hagamos acopio de optimismo recordando a Basadre y su esperanzador aforismo: “el Perú es más grande que sus problemas”. Ojalá que esa grandeza venga en el acierto de escoger a quienes, para comenzar, tengan el coraje de no rendirse ni al miedo ni a la prebenda que usualmente se utilizan.
Si las cosas han salido mal es porque hemos elegido a los menos capaces; pero los hemos elegido nosotros. También porque los mejores no quieren ingresar a la vida política, temerosos de ver manchado su apellido por acusaciones falsas (o por temor de caer en las tentaciones).
Como sociedad necesitamos volver a empezar. Entendamos que “un fracaso es la oportunidad de comenzar de nuevo con más inteligencia”, según lo aprendido de Henry Ford. Pero lo peor de todo sería la indiferencia.