La verdad de las mentiras

Solo he tomado en préstamo el título de aquel estupendo libro de ensayos de Mario Vargas Llosa. Allí el autor fundamentaba que las mentiras literarias tienen la noble finalidad de completar las limitaciones y frustraciones de la vida real. Eso es en la literatura.

Pero de lo que se trata, en nuestro caso, es de la verdad detrás de las mentiras. Vaya que no se puede ignorar la frecuencia con que en este régimen se miente para eludir una responsabilidad o, peor aún, ocultar un delito. Nadie –salvo que fuese un mentiroso contumaz o un orate- podría decir que todas las denuncias realizadas por la Fiscalía de la Nación son sólo producto de una campaña destinada a impedir u ocultar los éxitos del gobierno nacional. Pero existe la concertada decisión en la más alta esfera gubernativa y sus sumisos servidores de no solo mentir sobre lo que hacen y sus verdaderas motivaciones, sino de llamar mentirosos a quienes los han descubierto y también a aquellos que han sido parte de su equipo y ahora los delatan.

Hay todo tipo de pruebas para las incontables denuncias que se hacen respecto de actos indebidos o que los benefician groseramente –aún contra normas que los prohíben- pero con desparpajo casi admirable se niega lo evidente o se justifica lo aberrante. ¿Podría ser creíble que el primer mandatario no sepa dónde se encuentra, por ejemplo, el sobrino que fue su brazo derecho en la campaña electoral y su más cercano acompañante en los primeros meses de su gobierno?

Lo único verdadero en toda esta penosa y antieducativa realidad es que hay quienes han visto en “la cosa pública” una oportunidad para el beneficio personal y de sus grupos.