Si todos hiciéramos un poquito

En el tiempo de la hiper información en que vivimos, de pronto nos encontramos con sorpresas agradables. Circula un mensaje que comienza con “Pronto será la temporada de frutas…” y enumera varias de ellas, pero lo más atractivo es su mensaje: no tirar las semillas a la basura sino lavarlas, secarlas al sol y, apenas sea posible, arrojarlas a espacios donde tengan la posibilidad de germinar.

Esas cosas simples, sin alardes tecnocráticos y envueltas en el anonimato me parecen hermosas y alientan la ilusión de ser parte de una sociedad que aún no existe: la de la solidaridad anónima. En vez de quejarnos por nuestras desgracias, bien haríamos en “apropiarnos” de los espacios que nos permitan plantar un arbolito siquiera o más, en casa o fuera de ella. En el barrio en que vivo, bendigo al vecino que cuida un jardín en la acera de enfrente –delante de un muro posterior y lindero olvidado de una universidad pública- en donde riega y protege una higuera, una cheflera y dos hermosas sábilas.

En mi tierra he visto cómo alrededor de grandes locales escolares hay algunas especies vegetales moribundas, que nadie cuida, abandonadas a su suerte. Al parecer el municipio no considera que es su obligación y las autoridades del colegio deben estar en otra cosa. Pero seguramente teorizan sobre Ecología en el Área de Desarrollo Personal, Ciudadanía y Cívica.

Hoy que vivimos en un mundo amenazado por la contaminación, la desertificación y la degradación de los espacios naturales, con un poquito de esfuerzo podríamos tener la dicha de ver cómo triunfa la vida sobre el abandono y la queja. Así es como los pueblos se van haciendo triunfadores.