Estamos en un nuevo año y la Navidad quedó atrás. Pero volverá siempre y en su momento como la fiesta de paz y amor que recuerda a Jesús, el niño nacido en un sencillo pesebre de Belén de Judea, hoy Palestina.
Asociar la Navidad con los niños y con el amor que suscitan exige extender una mirada de solidaridad. Gran problema tenemos cuando las condiciones de cuidado y felicidad que la niñez alcanza son, por lo menos en nuestro país, muy lejanas de lo que deberían ser.
Información reciente que proviene de organismos serios como UNICEF nos hace saber que en la realidad peruana persisten carencias que impiden que nuestros niños y adolescentes reciban servicios de salud y educación de calidad, pero también protección, elementos esenciales para un crecimiento y formación sólidos.
Debiéramos saber que 4 de cada 10 niños/as sufre de anemia en la primera infancia, con consecuencias normalmente irreparables. Que en zonas rurales 1 de cada 4 adolescentes han tenido hijos. Que en estas zonas y la Amazonía también 1 de cada 3 padres/madres castigan físicamente a sus hijos y que 7 de cada 10 niñas, niños o adolescentes recuerdan haber sufrido violencia física dentro de su hogar.
En materia educativa se estima que solo el 16% de estudiantes de secundaria tienen rendimiento satisfactorio en lenguaje y matemática. No es menos grave que solo 8 de cada 10 terminen la secundaria en edad oportuna y esa cifra puede aún decrecer en hogares muy pobres o en zonas rurales.
Que la alegría de la Navidad no nos haga olvidar jamás que el amor por los niños es su símbolo y su esencia. Recordémoslo ahora para que la próxima sea realmente lo que debe ser.