Cuando el 7 de mayo de 1924, un joven peruano de 29 años desterrado llamado Víctor Raúl Haya de la Torre, en simbólico gesto entregó a los estudiantes mexicanos una bandera que en un círculo encierra a los países del subcontinente americano, desde México hacia el sur, estaba abriendo un camino que aún no se ha cerrado. Planteó la unidad continental, un pensamiento nuevo y un destino colectivo. Había nacido una propuesta ideológica y política que se llamó Alianza Popular Revolucionaria Americana, cuya razón de ser era enfrentar el predominio imperial del norte y también la propuesta estatista del pensamiento marxista.
Las siglas fueron más que eso y dieron lugar a un lenguaje nuevo: el del aprismo. Éste obtuvo muchas adhesiones en el continente. En el Perú dio lugar al Partido Aprista desde 1927 y, así como tuvo la más grande acogida, recibió también la más cruel de las persecuciones y los odios. Su expresión humana estuvo encarnada en el propio Haya de la Torre que, entre infinitas lecciones, nos enseñó que “sólo cuando se llega al pueblo se gobierna: desde abajo o desde arriba”.
Dotado de filosofía, ideología y doctrina, con organización interna más allá de eventualidades, con una trayectoria preñada de heroísmo y con una mística política intransferible, el aprismo peruano ha pasado en estos 100 años todas las pruebas que una sociedad podría exigirle a una institución política.
Lo que fue un sueño hace un siglo, si bien no se concretó en todo lo que su inspirador hubiese querido, ha instalado el imperativo de la justicia social en libertad, la interacción económica y la consolidación de un pueblo-continente.
[J.2myo24]