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Lunes 25 de junio 2012

Los Picarones

Por: César Klauer Hidalgo
Los Picarones
Foto: Generaccion.com

En las acuarelas de Pancho Fierro, en las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, en la Procesión del Señor de los Milagros, en los recuerdos que nos quedan de la Lima Virreynal, yacen gotas de miel que acompañan los crocantes aros de camote y zapallo, hechos con la paciencia y destreza de negras buñueleras, que tres siglos después, siguen endulzando nuestros afanes en las esquinas de nuestra ciudad. He aquí las dulces reflexiones sobre los picarones, que Cesar Klauer, uno de nuestros lectores, ha preparado para usted.

Papá, ¿cómo hacen los huecos? El dedo índice de mi hijo, cubierto por una delgada película ámbar y una gota en la yema pidiendo permiso para descolgarse, dibujaba círculos sobre el plato. Sus ojos enormemente redondos lamían los irregulares aros que nadaban en una piscina de miel, su lengua recorría los labios de izquierda a derecha, anhelantes.

Tienen una fábrica de huecos –afirmó con autoridad- mientras tanto me chupaba los dedos dulces, mis ojos examinaban el último picarón en mi plato: dorado, tibio, poroso, granuloso, exquisito. Monumental. Estaba tratando de no reírme, aguantando la respiración, mordiéndome la lengua, mirando a otro lado… El silencio en la voz de mi hijo casi me vence pero logré mantenerme aceptablemente serio.

¿Es la misma fábrica que hace los huecos de las donas? Una voz de miel y flores, la de mi hija, se unió a nuestro diálogo de mudos. No pudimos resistir más y nos reímos a todo dar. ¡No se puede engañar a estos chicos de hoy tan fácilmente! De las otras mesas llegaron sonrisas cómplices. Es un hecho: los picarones ponen a la gente más alegre, más amigable, eleva los espíritus y lleva a todos a un estado de dulce alegría y relajación.

Terminamos nuestras porciones de tres picarones especiales pero queríamos más. ¿No nos va a dar dolor de estómago más tarde? La voz de mi esposa salía distorsionada por los dedos dentro de su boca, la lengua extrayendo la miel.

Pensé que una porción más no nos haría daño. ¿Desde cuándo es mala la alegría? Nuestros cómplices se mostraron de acuerdo con más sonrisas, así que pedí cuatro platos más. ¡Yeeeeee! Fue la reacción unánime. ¿Quién se puede resistir a esas joyas azucaradas? Nosotros no.

La señora con el delantal manchado de miel y el pañuelo rojo de bolas blancas en la cabeza se alistó para freír más picarones pero tendríamos que contener nuestro entusiasmo un poco, habían otros clientes esperando y seguramente se molestarían mucho si los hacían esperar.

Paciencia, dije con un suspiro. Mientras tanto la señora, como mago que hace trucos de cartas delante de su audiencia, elevó las manos llevando un poco de masa escondida entre los dedos y con habilidad innata sacó un hueco del aire y lo insertó en la masa…

El aro, blanco aún, se zambulló en el aceite hirviendo sin levantar una gota, igualito a ese clavadista chino en las Olimpiadas. Miles de burbujitas ardientes atacaron la cruda argolla y se aferraron a sus lados furiosamente para transformar esa mezcla de harina de camote y levadura en un manjar de reyes, de la Ciudad de los Reyes.

Caímos entonces en un periodo de silencio, lo cual es muy raro cuando mis hijos están presentes. La expresión de sus ojos me hizo pensar: ¿Es hereditaria la predilección por ciertas comidas?, ¿está en nuestros genes?

Mi madre dice que cuando estaba embarazada, solía pedirle a mi padre muchos picarones, día y noche. Cuenta que mi pobre viejo tenía que ir a buscarlos a donde sea, a la hora que fuera que se le daba el antojo a la panzona. Y yo aprovechaba para meterme mis picarones, recuerda el muy “picarón”.

“Por eso te gustan los picarones”, sentenció con firmeza la autora de mis días. Quizás esa sea la razón por la que a mis hijos les gustan también: Les he pasado el bicho en el ADN, en la sangre, en algo. Yo, la verdad, no recuerdo cuando les di a probar picarones. Tampoco cuando yo comí mi primer plato. Todo lo que sé es que toda mi vida – ¿desde la panza de mi mamá? – he estado loco por los picarones y que moriré comiéndolos.

¿Vas a comer eso? Una manito ya estaba levantando el dulce anillo de mi plato. ¡Deja eso si quieres vivir! Soné como si de verdad fuera a matarla, mi hija me miró con sus ojitos incrédulos pero sonrió y se llevó el picarón igual. Bueno, llévate solo uno mi princesita. Otras dos manos me prohibieron comerme el resto de la porción. Ordené otra. ¡La vida es tan dulce!

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COMENTARIOS
1 comentarios
Ciertamente los picarones son una delicia !!
25 de junio 2012
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