Siempre he confiado en la medicina y en los médicos venezolanos; nunca nos revisamos cualquier dolencia en el exterior. En Venezuela, para nuestro orgullo, los diagnósticos y sus tratamientos eran acertados.
Lamentablemente, como ocurre en todas las áreas del país, en la última década, percibimos un deterioro tal, que las diferentes experiencias que han enfrentado personas de mi entorno, nos confirman que el subdesarrollo alcanzó al sector salud.
El año pasado, un amigo fue a una clínica especialista, para hacerse un examen de apnea de sueño. El trato fue pésimo, como si le hicieran un gran favor. Al final, el médico tuvo que suponer que ese era su mal, pues las condiciones en las que se realizaron las pruebas no fueron las adecuadas; debido a ello, los resultados no eran confiables. El costo de aquellos estudios, pese a que no sirvieron, fue sumamente alto y nadie se hizo responsable por los errores.
Desde enero, un pariente está viéndose con un médico para una operación de la próstata. En dos oportunidades, el cirujano se fue de viaje sin dejar listo el informe para el seguro. La última vez, el 13 de marzo, el médico le pidió que le lleve los exámenes al día siguiente. Pero, el 14, la secretaria afirmó que había viajado a un congreso y regresaría el 2 de abril. Hasta para mentir se debe tener un mínimo de elegancia: ¿el congreso surgió de un día para otro?, ¿no lo sabía el día anterior?, ¿un congreso que dure 15 días? ¿En plena Semana Santa? Por más que tenga habilidades profesionales reconocidas, resulta ser un irresponsable y ello lo inhabilita.
Puede ser que estos y otros casos aun sean excepciones; sin embargo, los mismos médicos deben exigir a sus colegas actitudes verdaderamente profesionales.