El obligado desvío que sufrió la semana pasada en Europa el avión presidencial boliviano que transportaba al mandatario Evo Morales constituye un trato inadecuado a la figura de un jefe de Estado de un país soberano. Francia, España, Portugal e Italia, cuyos gobiernos cerraron sus respectivos espacios aéreos, negando el paso al avión procedente de Moscú en el que sospechaban viajaba el agente norteamericano Edward Snowden, deben dar explicaciones para justificar su actuación improcedente.
En una acción característica, Morales convirtió el incidente en una ocasión para acusar a Estados Unidos, señalando ser objeto de una maniobra para desacreditarlo. Los presidentes de Argentina, Venezuela, Uruguay y Surinam viajaron a Cochabamba el jueves para apoyarlo. Sin embargo, lo que inicialmente pretendía ser una cumbre de Unasur terminó sólo siendo una expresión de apoyo de los aliados más cercanos de Morales.
Este debe reflexionar acerca de las razones que llevaron a varios de sus colegas sudamericanos a no concurrir a Cochabamba. La débil solidaridad ante una violación tan obvia de acuerdos internacionales y de la mínima cortesía debida a un jefe de Estado se debe, en gran medida, a la forma en que el gobierno de Morales ha definido su política exterior, recurriendo en varias oportunidades a la descalificación y a la agresión verbal para censurar a quienes percibe como sus rivales.
En el caso de Chile, la Cancillería emitió un comunicado en el que “lamenta y rechaza” la situación a la que se vio expuesto el mandatario del país vecino. Aunque hubo voces que reclamaron un gesto más efusivo, parece una reacción prudente y proporcionada que revela una actitud deferente hacia un mandatario que en sucesivas oportunidades se ha referido de manera poco amistosa a las autoridades nacionales.