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Lunes 04 de noviembre 2013

Carta de un permanente infeliz

Por: Williams Anseume
Carta de un permanente infeliz
Foto: sharehoods.com

En realidad no pude concentrarme en redactar la carta, por lo tanto no adelanto más allá de la situación comunicativa de "borrador de una carta de un permanente infeliz, al Viceministro encargado de tal materia en el gobierno nacional". Mi primer consejo es que compre suficiente chocolate afuera. No sé muy bien si aquí todavía se sigue produciendo cacao aquí, me cuesta creerlo tanto como conseguir café nuestro. Ahora, que se siga produciendo esta golosina no lo creo. Uno aprecia los premios al chocolate blanco de Venezuela y le cuesta aceptar que sea verdad, que logremos producir materia prima de algo, manufacturarla y exportarla. Su primera acción eficaz de gobierno sería repartir chocolates. En fin, a lo que voy, para que no se canse amigo lector.

Intenté, grosso modo, dar inicio a mi comunicación escrita dirigida al Viceministro del Poder Popular para la Felicidad Suprema. Sin embargo, no pude avanzar mucho, porque entre la risa, la molestia y una extraña sensación de ridiculez nunca antes percibida, no logré concretar mi proyecto, el de la carta digo. El primer estorbo fue el inicio. Cómo dirigirme a un señor que no conozco, explicándole, además,  sin algún tipo de resbaladizo compromiso sexual para con él, que soy infeliz y necesito de su ayuda. Esto no resulta fácil, se entiende, para nadie: "Estimado señor Viceministro", ya el estimado lo hace resbalar a uno cuando el ministerio lleva ese nombre. ¿Será que es un viceministerio para atención de féminas nada más o tendrá Nico que cambiar su concepción y colocar dos viceministros, uno hombre y otro mujer? ¿Y cómo quedan  los grupos alternos de lesbianas, gays, transexuales...?  Se torna entonces indispensable la creación de varios viceministerios  asociados a un ministerio mismo. Dado que son o se han vuelto tan creativos esto no cuesta tanto. En definitiva, no pude avanzar con algo tan simple como ese apelativo inicial, alguien que me ayude.

Luego, el inicio de la carta: "Señor Viceministro, me siento ampliamente infeliz y necesito de su ayuda" Suena cuando menos feo, ¿verdad? Pareciera que el vice fuera algún dios de la fertilidad tocado por Baco.  Mejor divagar, emplear un poco los eufemismos  y comenzar diciendo: "En vista de que la nación más feliz del planeta ha decidido profundizar en el logro del supremo objetivo deseado por Bolívar y nuestro nunca felizmente muerto comandante supremo para encargarse de las poquitísimas penurias pasadas detrás de este Mar Caribe, he decidido dirigirme a usted, ciudadano Viceministro del poder popular para la propensión de la felicidad suprema, con la finalidad de que me haga feliz. Imposible. No cuadra, como dicen los tercios ahora. Pero ¿cómo comienzo a solicitar que cumpla con su misión conmigo? Es muy complejo este propósito.

Lo que sí es sumamente fácil de explicar con claridad son los extensos motivos de la infelicidad que padezco en este país donde todos parecen permanentemente obnubilados por una felicidad suprema, superior. Así que incluso ante esa oficina debo ser un ente bastante extraño. Si uno vive en un limbo como el diseñado por Aldous Huxley  y se sale del montón, es un ser ingrato, inadaptado, inservible también  para el proyecto tan eficiente de darle al país un cariz de plenitud. El mundo feliz de Huxley, como otros, se basaba en el control, siempre el control, a través de la droga, del sexo y otras minucias despreciables. Aquí  la búsqueda está asociada, en rigor, a una pizca de normalidad, porque para ser felices no necesitaríamos de tanta complejidad estructurada como la de aquel mundo feliz, tan británico, tan gringo; luego, mi petitorio al señor Viceministro, para mi complacencia suprema, y aunque no puedo redactarlo sin sonrojarme aún, es un país normalito, donde nadie tenga porque saber cómo se llama un Viceministro porque no requiera solicitarle nada, ya que todo lo hace con prontitud y eficiencia. Por ejemplo: que uno vaya al mercado y seleccione, sin hacer cola, que uno vaya al mismo mercado y no tenga que pagar quince veces el costo de lo que el producto resultó en precio la vez anterior, que no se sorprenda de ver cadáveres y basura en todo el territorio, que uno pueda llegar a su trabajo sin padecer el sufrimiento de pensar que la empresa va a ser expropiada o cerrada al día siguiente, donde se escuche a los trabajadores sin espionaje y se nos permita hablar a través de las redes comunicacionales del Estado con libertad y en las privadas que queden también, donde los sueldos alcancen para que todos llevemos una vida digna.

Me olvidé final y felizmente de la carta. Pero es que cualquier otro intento de darnos felicidad es invadir cubanamente nuestro espacio íntimo sin permiso alguno. ¿Será por eso que Isaac Chocrón veía la máxima felicidad en un trío conformado por dos mujeres y un hombre?

Para nosotros la máxima felicidad, la verdaderamente suprema, sería salir cuanto antes de esta pesadilla de mundo feliz a la inversa.

Nota publicada en eluniversal.com

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