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Sábado 23 de noviembre 2013

La ilusión del color

Por: Yoani Sánchez
La ilusión del color
Foto: Difusión

Televisor Caribe

Regresé de la escuela y había un hombre sentado en el suelo frente al televisor. Tenía la punta de los dedos manchada de pintura y unos tubos de óleo esparcidos alrededor. Era la última moda en el barrio: pintar un patrón de colores sobre aquellas aburridas pantallas en blanco y negro. La primera que lo hizo fue la vecina de los bajos, siempre al tanto de las últimas tendencias que incluían afiches de mujeres con ropa muy ligera -pegados en las paredes- y un enorme tigre de porcelana a la entrada de la casa. Ella dictaba la moda de todo el solar, así que cuando convirtió su “caja boba” en un arcoiris de rojos y azules, todos la imitaron. En mi casa al Krim 218 le hicieron unas franjas y hasta un círculo central de varios tonos. Lo más significativo es que años después yo recordaría los programas y dibujos animados que vi en aquel “invento”, como si me hubieran llegado con su policromía original. Mi cerebro había unido los matices y había construido la ilusión del color.

Esta anécdota personal volví a recordarla cuando leí las últimas estadísticas del Censo de Población y Viviendas 2012. Al saber que en Cuba quedan todavía más de 700 mil televisores en blanco y negro, no pude menos que evocar a los ilusionados vecinos de mi cuartería pintando sus tubos de rayos catódicos con la yema de los dedos. Sin embargo, en las actuales cifras no sólo se evidencia quienes aún ven la programación televisiva en blanco, negro y gris… sino también los que económicamente se encuentran peor en nuestro país. Son aquellos que no han podido reunir los pesos convertibles para un Sony o un LG modernos. Los que probablemente no tienen familia en el extranjero, no han encontrado el camino para desviar recursos del estado o cuyos privilegios terminaron con el fin de la URSS. Los pobres, pobres, que en una sociedad tan televidente no han logrado tener los recursos para disfrutar de las tonalidades.

Me pregunto si todavía sobrevive uno de esos viejos televisores retocado con franjas en verde, violeta, cyan… Si algún niño quedará en esta Isla que, al igual que mi hermana y yo, uníamos mentalmente un trozo de color aquí y otro allá, para imaginar a Huckleberry Hound como el perro azul que era o a Cheburashka con su pelambre parda.

Ahora ya no sé, ya no logro distinguir en mi memoria, entre aquello que me llegó gracias al ingenio de colorear las pantallas, o lo que años después disfrutaría en Technicolor.

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