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Jueves 22 de enero 2015

El delito imaginario de apología del terrorismo en "La Cautiva"

Por: Por César Fernando Sánchez Olivencia (*)
El delito imaginario de apología del terrorismo en 'La Cautiva'
Foto: Perú 21

“No hay espectáculo más terrible que la ignorancia en acción”
(Goethe)


Ya ha pasado la tempestad y ahora viene la calma. Aunque durante unos días oscuros, el Perú evocó tenuemente a la edad media, o -un poco más cerca- a los tiempos de la dictadura franquista, o -mucho más cerca- a la dictadura de Pinochet. Una vergüenza internacional que hemos sufrido gracias a la “inteligencia” de algunas autoridades. Recuerdo que en el régimen de Franco, las obras debían pasar el filtro de la Junta de Censura de Obras Teatrales, y que Pinochet ordenó asesinar al cantante Víctor Jara, después de torturarlo, por el “crimen” de cantar canciones de protesta.

¿Una democracia -por más “país adolescente” que seamos como decía Luis Alberto Sánchez- podría afirmar que los personajes de una producción artística o literaria como la pieza teatral “La Cautiva”, cometen el delito de apología del terrorismo cuando la representan en escena? El dramaturgo escribe un diálogo basado en una experiencia histórica, y los discursos son expresados por los personajes, no lo dicen el autor ni el director ni los actores. Es una ficción dramática de una recreación de la realidad. Modificar o suprimir la verdad histórica sería aplicar la censura.

De no ser así habría que condenar el “terrorismo” de la película Túpac Amaru II, que recrea una ficción dramática: la rebelión de José Gabriel Condorcanqui Noguera. El protagonista de la obra dice: “Ya en Cuzco, con empeño, quieren sacudir, y es ley, el yugo de ajeno rey y reponer al que es dueño. ¡Levantarse, americanos! ¡tomen armas en las manos, y con osado furor, maten sin temor a los ministros tiranos!”. Es obvio que no incita a matar a ningún ministro de carne y hueso.

¿A quién en su sano juicio se le puede ocurrir enjuiciar al director, Federico García, o el actor Reinaldo Arenas, por cometer el delito de sedición, rebelión o incitación a la lucha armada? Es obvio que representan una ficción inspirada en una experiencia histórica. Lo que dijo el rebelde, dicho está y sería inmoral alterar su palabra. ¿Si es así, quién sería el sujeto activo que ha cometido el delito? ¿Túpac Amaru II resurrecto?

Ya pasaron los tiempos en que los generales del ministerio de Defensa podían llamar a un cineasta como Francisco Lombardi para “conversar” sobre su película “La boca del lobo” y negociar sobre su certificado de exhibición cinematográfica que extendía Coproci. Hace 25 años acusaban a Lombardi que su película era una invitación a la violencia terrorista. Ahora el Perú vive un poco más en la aldea global. Ya no se hace “reglaje” a los artistas.

“Interpretaban que la decepción del personaje de Vitín –al final dirigiéndose sin rumbo en el crepúsculo– era un evidente mensaje a su enrolamiento al ejército senderista (por los reflejos rojizos del atardecer se iba a unir a los “rojos”) y, por lo tanto, constituía una apología del terrorismo. Y que cada diálogo del protagonista (el teniente Iván Roca en la ficción) era “lo que quería decir la película”, relata irónicamente el cineasta peruano.

Tampoco estamos en el Oncenio de Leguía cuando el gobierno promulgó una norma el 11 de junio de 1926, con la que se instituía una Junta Censora de Películas. Con este instrumento político lograron censurar “Páginas heroicas”, una película sobre la guerra del Pacífico, con el pretexto de “proteger principios morales”, según escribe Ricardo Bedoya, en su libro “100 años de cine en el Perú una historia critica”.

En esa ocasión, a pesar de que el ministerio de Relaciones Exteriores y la inspección de espectáculos de la municipalidad de Lima autorizaron la exhibición, el 21 de abril de 1923, el presidente Leguía, a través de un dispositivo legal, censuró la película alegando que era “impolítica”. (Carbone, 1991: p. 72). El filme apelaba al sentimiento nacionalista previo a la reincorporación de Tacna al territorio peruano. El gobierno no advirtió a los patriotas ariqueños que Arica se convertiría en territorio chileno.

Por si fuera poco, en estos días, habría que perseguir a Santiago Roncagliolo por haber publicado en 2006 su novela “Abril rojo”. Los personajes terroristas (¡aaay, dios mío¡) están presentes en la novela con sus vivas a la guerra popular, al Partido Comunista del Perú y al presidente Gonzalo. Entonces nadie se atrevió a acusar a la novela de apología del terrorismo y ordenar que se quemaran los ejemplares. Solo podría haberlo hecho una persona enferma de idiotismo.

Roncagliolo no disimula la realidad política en su novela, como sí lo hace el peruano Gamboa en “Contarlo todo” o hábilmente el Nobel chino Mo Yan. Ambos se cuidan de entrar en conflicto frontal con el sistema. Los personajes de “Abril rojo” describen en forma descarnada la barbarie del terrorismo de Sendero Luminoso, también revela la guerra sucia contra los terroristas: el horror de las cremaciones ilegales de cadáveres, las fosas comunes secretas, los procedimientos policiales no convencionales.

“Lo que había pensado que eran rocas y tierra, fue cobrando una forma más precisa ante sus ojos. Eran miembros, brazos y piernas, algunos semipulverizados por el tiempo de enterramiento, otros con los huesos claramente perfilados y rodeados de tela y cartón, cabezas negras y terrosas, unas sobre otras, formando un montón de desperdicios humanos de varios metros de profundidad. Ni siquiera se veía el final de esa acumulación de huesos y cuerpos. El fiscal cayó de rodillas y vomitó.” (“Abril rojo”, p. 164).

Aplicando este criterio de la “Santa inquisición”, el novelista Alonso Cueto sería otro de los sospechosos de apología del terrorismo, por haber escrito “La hora azul” (2005). Relata sobre un cuartel de Ayacucho, en tiempos de la guerra entre el Estado y Sendero Luminoso,-que aún no culmina y ahora con el agravante del narcotráfico organizado- en la cual los personajes describen las torturas y asesinatos perpetrados en ese cuartel. El discurso es directo y se percibe que el autor ha tomado algunas referencias del informe de la Comisión de la verdad y reconciliación.

El analista cultural de la interesante sección Luces del diario El Comercio, Enrique Planas, describe así la escena de “La Cautiva”: Una camilla de acero y una losa de cemento componen los elementos en escena. En la camilla está tendida María Josefa Flórez Galindo, de 14 años. Murió junto a sus padres, dos militantes senderistas, al irrumpir una patrulla del ejército en su casa. Orificio en el tórax causado por disparo de corta distancia es el reporte del forense.

Lo que ha confundido a los novatos en arte teatral es la investigación propalada por “Panorama”. Señala que “La cautiva” lanza frases y arengas vinculadas a la “guerra popular” o el “triunfo del pueblo”. Sin embargo, estas fueron sacadas de contexto, dentro de un monólogo interior de la protagonista, en las que critica duramente el papel de Sendero. No se puede enjuiciar a la protagonista porque es un personaje inexistente. El Estado tendría que hacer una “guerra santa” y enjuiciar a todos los personajes de la historia del teatro nacional y mundial para “censurar” sus monólogos.

Por eso, a estas alturas de la tragicomedia, que nunca imaginaron protagonizar, y conscientes de que los dejaron sin apoyo político para este “imposible jurídico” que habrían incoado al intentar un “reglaje” al personaje de La Cautiva, el Procurador Antiterrorista y el Jefe de la Dircote se han apresurado a declarar que en la polémica pieza teatral no hay apología del terrorismo. Claro, ¿cómo acumular pruebas contra un personaje de la imaginación?

De otro lado, este analista piensa que existe un hecho más grave que debería fiscalizar el Estado, conforme a la Constitución: regular los mensajes contra la moral pública y privada, el honor de la mujer, el respeto a la familia y la apología a la criminalidad, que se difunden diariamente en los medios de comunicación social como la TV comercial no responsable. Por lo demás, se debe combatir al terrorismo: 1) en sus causas más profundas y 2) en sus efectos más dañinos. No debemos andar por las ramas como un mono. El narcotráfico y el lavado de activos sostienen la violencia terrorista.

Este caso se parece al delito imposible, ya que los actos no tienen, en el caso concreto, la capacidad para poner en peligro el bien jurídico protegido por la ley. La causa es la “inidoneidad de origen”, vale decir no existe realmente el autor del ilícito. Un personaje de un drama que mata a alguien en realidad no comete ningún delito porque es una ficción. Es un delito imaginario. Los delitos los cometen las personas concretas de carne y hueso, no las entidades imaginarias.

Se infiere que es imposible aplicar el Art. 316, numeral 2 del Código Penal: “Si la apología se hace de delito de terrorismo o de la persona que haya sido condenada como su autor o partícipe, la pena será no menor de seis ni mayor de doce años. Si se realiza a través de medios de comunicación social o mediante el uso de tecnologías de la información y comunicaciones, como internet u otros análogos, la pena será no menor de ocho ni mayor de quince años…”. Ah, mi nombre es César y no soy un terrorista.

(*) Miembro de la Sociedad Literaria Amantes del País.

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