“No justice, no peace” (Sin justicia no hay paz), gritaban los manifestantes, de Nueva York a San Luis, de Seattle a Filadelfia, luego de conocida la absolución del policía blanco que mató a Michael Brown, un joven negro que iba desarmado en el condado de Ferguson a principios de este mes de agosto. El eslogan, una lejana alusión a un discurso de Martín Luther King, lanzado en 1986 después de otro asesinato, el de Michael Griffith, perpetrado por de una banda de jóvenes blancos en la localidad de Howard Beach, en Nueva York.
Desde entonces, decenas de jóvenes negros han encontrado la muerte en los Estados Unidos por acción de la policía o de grupos racistas fuertemente armados. Esos crímenes quedan con frecuencia impunes, como si nada hubiera cambiado desde la época de Martín Luther King. “Queremos ser tratados como estadounidenses, queremos una justicia que sea justa”, decían el lunes por la noche llorando los padres de Michael Brown.
A pesar de que el veredicto ha sido emitido por un jurado popular, conformado por ciudadanos negros y blancos, que según los especialistas ha cumplido con su tarea, las comunidades afro-estadounidenses no creen en la justicia de su país.
El condado de Ferguson está muy muy lejos del Estados Unidos post-racial soñado por Barack Obama. Este suburbio del estado de Misuri, con un 70 por ciento de negros en su población, pero donde la policía es hegemónicamente blanca, al igual que el alcalde, se convierte en la imagen de toda una nación. Para muchos jóvenes negros, la exclusión, el desempleo, las brutalidades policiales y la cárcel aparecen como las únicas alternativas en su horizonte.
Como señalaba a mediados de este año una militante de los derechos civiles, “las bases de la democracia en los Estados Unidos, de nuestras libertades, serán derrumbadas mientras que nuestros cuerpos negros sean maltratados y que nada pase”.
Traducido por Generaccion.com