Más de cuatro millones de escoceses mayores de 16 años tienen hoy una cita importante con las urnas, la más importante de sus vidas. Desde muy temprano, en silencio, se desplazarán a fin de dar respuesta a una simple pero vaya trascendental pregunta. Tendrán que responder, escogiendo el “Sí” o el “No”, y decidir en conjunto sí Escocia se mantiene unida a Inglaterra y continua de esa manera siendo parte del Reino Unido; o si ponen fin a la Unión cuyo inicio se remonta a 1707. No hay otra opción, la interrogante, “¿Debería Escocia ser un país independiente? Sí o No”, así lo exige. No hay pues tercera opción.
Cada escocés, han repetido apasionadamente, tanto los independentistas, agrupados tras el “Sí Escocia” como los unionistas enarbolando sus pancartas con el “Mejor Juntos”, tiene en el voto que emitirá este penúltimo jueves de septiembre de 2014 el instrumento para influenciar en el curso de la historia de su país. La posibilidad de que los colores de Escocia dejen de ondear de una vez por todas en la Union Jack, la bandera del Reino Unido, y se enarbole por siempre, cuando de Escocia se trate, el Saltire, tal como desea el líder de la causa independentista, el ministro principal Alex Salmond, y casi la mitad del país, de creerle a las encuestas: es decir, el símbolo que han hecho suyo los secesionistas en el marco de una lucha electoral sin cuartel planteada, es digno reconocer, con mucha inteligencia a fin de que la causa de la separación prevalezca.
Los escoceses hoy más que nunca son dueños de su destino. ¿Optarán acaso por el “No” dando crédito a quienes los independistas denominan no con poca condescendencia “la clase dirigente de Westminster”? El “establishment” que, por boca del conservador y primer ministro David Cameron, al igual que la de su aliado, el liberal Nick Clegg, y la del líder de la oposición, el laborista Ed Miliband, ha hecho saber su ferviente deseo que Escocia permanezca en el Reino Unido. Y que en caso que así lo decidan se aumentará significativamente el alcance de la llamada “Devolución” de potestades legislativas y ejecutivas, ampliando el margen de autonomía de su, democráticamente hablando, hermana rebelde. O, ¿dirán simple y llanamente “Sí” a la pregunta que en el marco del referéndum se plantea, optando por la independencia, poniendo punto final a 307 años de Unión con Inglaterra luego de 703 días de incesante campaña referendaria? Algo improbable al inicio de este ejercicio democrático.
¿Voltearán esta página de su historia, asumiendo con pleno conocimiento de causa las consecuencias que la independencia política conquistada en las urnas traerá consigo a nivel financiero, económico y social, sin olvidar todo lo que vendrá como consecuencia de acceder al estatus de país soberano en marzo de 2016? ¿Importará poco lo dicho por David Cameron, en el marco de su reciente visita a Escocia de apoyo a los defensores de la Unión, con respecto a la separación, el divorcio de Escocia con el Reino Unido, señalando que se tratará de un proceso irreversible, en el que no habrá posibilidad de dar “marcha atrás”, y será por lo demás doloroso? Haciendo caso omiso asimismo a lo señalado por el exprimer ministro Gordon Brown y por quien dirige la campaña en pro de la Unión, el exministro de Economía y Finanzas Alistair Darling, sobre el hecho de que Inglaterra no avalará el uso monetario de la libra esterlina. Y que la independencia será total y, ni lo piensen, tan solo política.
¿Harán oídos sordos a las promesas de apoyo adicional que Inglaterra les ha hecho en medio del fragor referendario a fin de potenciar su Sistema de Salud y otros servicios públicos? Frente a las urnas, ¿tomarán la medida de todo lo que dejarán atrás, de optar por el “Sí”, al compararlo con la traducción financiera del petróleo que yace en el Mar del Norte, el 90 por ciento del petróleo a disposición de la Rubia Albión? Algo que según los independentistas debería beneficiar tan solo a Escocia... Eso se sabrá, a medida que el escrutinio avance, en la noche de este jueves, a más tardar la madrugada del viernes. Un día en el que, más allá de la opción que se escoja en este país, convertido en laboratorio del mundo, las cosas no volverán a ser las mismas. Escocia y el Reino Unido cruzarán, si ya no lo han cruzado, el Rubicón.
FHR